El
viejecito se sentó sobre un banco de madera y dejó su canasto al lado,
al alcance de su mano. Los soldados se acercaron, dirigiendo miradas
curiosas al campesino e interesadas al canasto. Un canasto chico,
cubierto con un pedazo de saco. Por debajo de la tapa de lona empezó a
picotear, primero, y a asomar la cabeza después, una gallina de cresta
roja y pico negro abierto por el calor.
El padre, de Olegario Lazo. AQUÍ.
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